sábado, 23 de mayo de 2009

El hombre pollo de don Salgado...

Vigilando entre la viga de lo moral y sus distintas ligas, el hombre pollo de don Salgado vive secuestrado en un mundo de volantes, se atemporiza entre los pasantes y ofrece ofertas redundantes (por si no era obvio ya), comparte un cuarto con su hermana desvelada, compran kilos de arroz y los comen con jarabe para la tos, después de un par de botellas, inicia un extraño viaje neuronal, se transfiguran en botargas de peluche y son catapultados al centro de un pulsar, destellan como paparazzi en primavera, antes de extinguirse frente a los insoladores rayos matutinos.
Despiertan al interior del mismo cuarto, ambos siendo el complemento perfecto, para una madrugada vespertina, limpian el cuarto de sus desechos, despegan sus víseras de los tejados y arreglan los excrementos en orden alfabético (dependiendo de la primera onomatopeyica [no sé si exista la palabra] vocal que surja al vomitar), comparten regadera y se despiden en un abrazo fraternal, son cobijados por la locura del subconciente cuando se disponen a volver a soñar.
Don Salgado despierta de madrugada, boca en mano por su pesadilla, despide pronto al hombre pollo y reparte él mismo los volantes; recién perdida su identidad, el originalmente conocido como hombre pollo de don Salgado, se llama ahora Pepe y disfruta las rosas del camino, camina como cangrejo, pero se mantiene optimista, bien dicen que en este cosmos, no existen los abajos mucho menos los arribas, conciente de esto, se dispone a iniciar, una nueva vida en paralela dimensión, actualmente vive, paralelo, al perfume de tus pantaletas, que cada noche olfatea, dobla y guarda, sin que tu lo notes.

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